SINESIO, ALQUIMISTA ROMANO
Novela alquímica
JOSE ANTONIO PUCHE RIART
TITULO SINESIO. ALQUIMISTA ROMANO
EDITOR : EL AUTOR
COPIADORA CANON • Mod NP-275 , nº 28-A-301Q17
DEPOSITO LEGAL : AS -403 -91
INDICE Capítulo 1 Introducción
Capítulo 2 El nacimiento de Sinesio
Capítulo 3 Sinesio va al Templo de los Misterios
Capítulo 4 Sinesio se acomoda en la Escuela
Capítulo 5 Sinesio va al laboratorio de hierbas
Capítulo 6 Sinesio sale de excursión
Capítulo 7 Las pruebas de fuego
Capítulo 8 Los secretos de la Alquimia
Capítulo 9 El laboratorio y la cueva
Capítulo 10 Menas y minas
Capítulo 11 Sinesio en la herrería
Capítulo 12 Sinesio y las medicinas
Capítulo 13 La familia de Sinesio
Capítulo 14 La historia de Rufino
Capítulo 15 El cierre del templo
Capítulo 16 Las aventuras de Sinesio
Capítulo 17 Sinesio se va al Cáucaso
INTRODUCCION
Sinesio es un alquimista, iniciado en los secretos de la alquimia por lo monjes del antiguo Imperio romano.
En la actualidad nadie conoce los secretos que guardaban los monjes de la antigua religión, pues al que osaba hablar de ellos le cortaban la cabeza, y también al que cometía el sacrilegio de escucharlos.
Solamente algunos autores contemporáneos han sabido deducir, por la escasa literatura que hay sobre el tema, algunos de los secretos, entre los que se encuentra el de la elaboración de la consabida y polémica Piedra Filosofal.
En la historia se narra cómo se elegían a los componentes de las órdenes, entre las familias de los poderosos, que eran quienes mantenían los templos con dinero y donativos en especie.
También se cuenta como la principal fuente de ingresos de los monjes era la venta de medicamentos y remedios a través de una red de boticas de su propiedad, y que funcionaba como una multinacional en el Imperio Romano.
Los secretos más curiosos de la alquimia se desvelan en la narración, y también la historia del Emperador español Teodosio, hombre de mucho seso y muy cruel, que supo mantener la decadente Roma unida y bien defendida contra el poder de los bárbaros y de los hunos. Teodosio supo reorganizar el ejército y hacerlo útil, intentó unificar la religión y creó la primera Inquisición para aniquilar a los "herejes", sectas cristianas que se disputaban el poder entre sí.
La caída de los dioses del Imperio trajo como consecuencia el desmembramiento del mismo, debido a la corrupción de los políticos, deseosos de poder, sin mirar las consecuencias de su ambición, y aumentada por la estupidez de los dos hijos del Emperador, que se repartieron el Imperio y permitieron que se hiciese pasto de las hordas bárbaras y de los hunos, en la zona de Occidente.
Sinesio vive los problemas de la época en que se persigue sin piedad a quien no sigue las creencias de la religión que ostenta el poder. Después de gozar de todas las facilidades y prebendas en los mejores tiempos, termina en el destierro, contento de salvar el pellejo y una parte de su fortuna personal
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Carro romano |
Los invitados van llegando y ocupando sus lugares, los esclavos y esclavas les atienden conforme llegan y les recogen sus caballos y prendas, en espera de los acontecimientos que pronto tendrán lugar. Los músicos amenizan con sus toques la reunión, y las largas mesas se van rellenando con los manjares que la ocasión requiere, las frutas y vinos no se podrían adquirir mejor en toda Roma. Pronto los cuernos de los vigilantes dan la señal, un silencio muestra el respeto y la curiosidad de los invitados ante la visita que: está llegando: el Sumo Sacerdote, Gran Maestro del Templo de los Misterios, acaba de hacer entrada con su séquito de astrólogos y servidores.
Cayo y Patricia salen de sus habitaciones privadas y en el atrio de su amplia casa reciben al Gran Maestro del Templo, un esclavo egipcio lleva al niño en su cuna. Los invitados hacen un círculo alrededor del sacerdote y sus dos astrólogos, rodeando también a los dueños de la propiedad.
Cayo saluda: «Salve, oh Gran Maestro, sed bienvenidos a esta casa, cuyas puertas siempre están abiertas para vosotros».
El sacerdote contesta: «Salve Cayo, soy portador de magnificas noticias para ti. Por boca del Gran Maestro Astr61ogo del Templo, oirás las sabias sentencias emanadas de su ciencia, y darás cumplimiento fiel como es tradicional en estos casos, a las instrucciones que va a emitir para bien del niño».
Las gratificantes palabras del monje alegran los corazones de Cayo y Patricia, por ellas la felicidad inunda la casa, y los invitados también se regocijan ante la desbordante alegría de la ilustre pareja.
Cayo dominando su emoción, exclama: <<Proceded, oh astrólogos, para dar cumplimiento a las gratas instrucciones del Maestro, y haced nuestros entre vuestros escondidos secretos sin desvelar el misterioso conocimiento de sus arcanos, en la medida que os hayan autorizado a contarlos, para alegría y beneficio de mi hijo Sinesio».
El Gran Maestro interviene y dice: «Cayo y Patricia, mis bien amados fieles, no oiréis las sentencias del Oráculo, sino la bien estudiada Carta Astral del nacimiento de vuestro hijo, que muestra algunos pormenores particulares que hay que haceros notar, en la posición de los astros, que convierten a tu hijo Sinesio en una persona de gran importancia para el Templo de los Misterios. Ahora mi astrólogo procederá a la lectura de la Carta de tu hijo».
El astrólogo desenrolla un pergamino en el que hay dibujados unos signos que representan los planetas, alrededor del círculo de las constelaciones y señalándolos can el dedo dice: «Cayo y Patricia, tenéis un hijo cuyo destino ha sido marcado por los astros, el Templo de los Misterios os lo reclamará a sus siete años, para formarle como alquimista. En la hora de su nacimiento Neptuno y Saturno se aliaron en conjunción y esto ha sucedido en la Casa de la balanza (Libra). Vuestro hijo tiene una gran imaginación, dada por la Luna en Cáncer, ascendiendo y en cuadratura con Neptuno, Saturno y Venus, este último en oposición con los dos anteriores. Mercurio y la Luna están en trígono y las fuerzas mercurianas le harán con un carácter adecuado para nuestros estudios. Con la fuerza del Sol en Tauro en conjunción con su Marte, tendremos un hombre vividor con un gran carácter, atemperado por su Luna en trígono con estos dos. He terminado».
Patricia, alegre, da dos palmadas, los músicos reanudan su trabajo y amenizan la fiesta, y todos se dirigen al refectorio para comenzar la comida, que durará siete días, tantos como letras tiene el nombre del niño.
Hipatia de Alejandría |
CAPITULO 2 SINESIO VA AL TEMPLO DE LOS MISTERIOS
Hoy Sinesio cumple siete años, es un gran día en el que se van a decidir grandes cosas. Son las siete de la mañana y los esclavos le levantan, le bañan y le visten adecuadamente, perfumándolo para que vaya a ver a su padre Cayo.
Cayo está elegantemente vestido con la túnica de las grandes ocasiones, lee un papiro egipcio cuando entran en su cámara su hijo acompañado de los esclavos.
Se levanta y dice:
«Sinesio, hijo mío, hoy ya eres un hombre, y debes afrontar tu destino como tal. Has sido marcado por los astros, los dioses han decidido que seas sacerdote del Templo de Los Misterios, así que hoy mismo te acompañaré hasta él, en cuanto repongas fuerzas con un buen desayuno. Ahora, acompáñame».
Sinesio sigue a su padre y a los esclavos hasta el cuarto de sus juegos, los esclavos a una orden de su amo cargan con los juguetes del muchacho y los arrojan al fuego, en el que se consumen rápidamente, ante la angustia del chico, que sufre en silencio.
Finalizada la operación, Cayo dice:
<<Escúchame, hijo, desde ahora tu destino y el mío siguen rutas diferentes, recordarás este momento como aquel en que te has convertido en un hombre, por eso he quemado tus juguetes. Te he educado con esmero y firmeza, como es costumbre entre nosotros los patricios (nobles romanos), con más rigidez que los pobres, pues podrás gozar de tus bienes toda la vida si los cuidas y los haces prosperar. A partir de hoy te comportarás como un hombre, recuerda que eres un patricio y tu comportamiento ha de ser ejemplar. No hagas quedar mal a tu familia demostrando flaquezas. Ahora vete y prepárate para el viaje».
Sinesio retorna a su habitación y procede a ponerse una túnica adecuada y sus sandalias, en el refectorio se toma su desayuno y triste por el abandono del hogar va a buscar a Cayo. Ambos se dirigen al templo de la casa a dirigir sus plegarias a sus lares (dioses personales de la casa). Los esclavos les preparan las monturas y ensillan los caballos. Enseguida salen, sin que la madre de Sinesio le despida, como es tradicional entre los nobles de Roma en estos casos. Unas horas después llegan al recinto del Templo, cuyas puertas están cerradas. Una campana avisa al guardián
de la visita; les abre, haciéndoles entrar en una sala destinada a efectos de espera para visitas más importantes.
El Gran Maestro en persona recibe a Cayo, que dando Sinesio en la sala y solo. Es costumbre que el padre haga un donativo importante para pagar los estudios del hijo y ayude al Templo. Si no lo hiciese, Sinesio no sería admitido en la comunidad religiosa, que no se ha hecho para los pobres ni los avaros.
Conforme con el generoso donativo, el Maestro toca su campanilla de plata y acude un sirviente con el muchacho, advirtiéndole aquel que debe guardar un respetuoso silencio ante los superiores.
Habla el Maestro y dice:
<<Jovencito, eres admitido en esta Santa Casa como alumno, y espero que como miembro digno de la ilustre familia de-tu padre, te apliques en las disciplinas que aquí estudiarás, para ser un hombre de provecho, honrado, prudente y práctico. Acompaña al sirviente, que te entregará las ropas-adecuadas para tu instrucción y te asignará el alojamiento que te corresponde como discípulo de la Orden. Las ropas y el calzado que vistes le serán entregados a tu padre antes de que pana, pues no las necesitas para nada.»
Sinesio, sale temblando de miedo ante el siniestro cariz que va tomando la situación, sospecha cuan duros días le esperan en la Comunidad, y piensa en los días pasados en que se divertía con sus amigos y en los juegos que teme no poder mas disfrutar, con estos oscuros pensamientos sigue, muy apenado, al fiel servidor.
La fontana alquímica |
Siguiendo al monje entra en una habitación en la que hay doce catres (camas) dotados cada uno de un cajón en el que se le anuncia que pueden tener sus ropas personales los acólitos (alumnos).
Después de señalarle su catre, el servidor le dice:
<<Joven, acompáñame a la sastrería, que has de tomar tus túnicas, para acogerte a las normas de la Institución que exige el uniforme dentro de los sagrados recintos del Templo. Apresúrate a cambiarte ya que dentro de poco es la hora del refrigerio.
Sinesio, todavía asustado, es observado por el monje encargado de las ropas, que nada mas entrar le dice:
<<No temas muchacho, Zeus (dios mayor de los romanos) aprieta, pero no ahoga, pasa que vamos a tomar tus medidas y ver que podemos darte».
De los dichos pasa a los hechos y después de medirle con una vara, le saca dos andrajosas túnicas que ya habían usado unos cuantos, pero muy limpias, y comenta:
«Toma estas ropas, son para el Verano, es Primavera y no necesitas más hasta el Otoño. Cuídalas bien, pues tus sucesores las necesitarán. Ahora te entregaré el calzado». Este consistió en dos robustas sandalias de madera, sujetas con unas tiras de cuero a los pies, que a Sinesio le parecieron estupendas, pues eran nuevas, las probó, resultando de su conformidad. También recibió un cuenco de madera para sus comidas. Dio las gracias al monje, que le recordó que debía cambiarse prontamente para ir a comer.
De nuevo en la habitación, se puso las ropas que había recibido, y las sandalias. El servidor le hace acompañarle hasta una habitación en la que su padre le esperaba, hablando con el Gran Maestro del Templo.
Cayo se levanta y le dice:
<Hijo mío, recuerda que eres un hombre, y no olvides lo que te dije en casa esta mañana. Estoy orgulloso de que entres en esta prestigiosa Orden. Los dioses me han permitido recibir esta alegría y les doy las gracias por el favor que nos han concedido. Estudia mucho y pórtate bien, que es lo más importante. Adiós».
Sinesio, emocionado por la despedida le dice:
<<Adiós padre, tened un buen viaje». La estricta educación recibida le impide darle un abrazo. Observando cómo se va yendo, las lágrimas se deslizan por su rostro. Sabe que no lo verá en mucho tiempo.
El Maestro dice:
<<Acompañad al nuevo acólito al refectorio para que reponga las fuerzas del viaje, y presentadlo a la comunidad». Dirigiéndose a Sinesio le dice: «Joven, recordad que en la orden no está nadie autorizado a hablar, excepto en las horas que se señalen, id a comer y guardad silencio entre tanto».
De nuevo salen juntos el sirviente y Sinesio, pronto llegan al refectorio (comedor). Las mesas están con unas fuentes de alimentos y unas jarras de agua, recién traidas de la cocina. Los monjes formas por categorías ente las mesas, permaneciendo de pie y en silencio, los alumnos ocupan las mesas más alejadas, señalando el sirviente el punto que correspondía al nuevo acólito, y retirándose al punto que le correspondía a su vez.
El Maestro entre en el comedor y dice:
<hermanos, recemos todos juntos para que el generoso Zeus nos conceda el alimento todos los días».
Todos los monjes responden:
<<Así sea. Gracias te damos, oh Júpiter, señor de los truenos por los alimentos que nos has concedido hoy, y que imploramos nos concedas todos los días, gracias por los dones que otorgas a nuestra Comunidad, y que te pedimos a diario, gracias te dan tus humildes siervos. Amén».
Después de la oración todos se sientan en los bancos de madera dispuestos al efecto, y empiezan a comer y a hablar entre sí, pues es la hora en que se autorizan las conversaciones. Los alumnos preguntan a Sinesio su nombre, y quién es su familia, pues tienen curiosidad por conocer al alumno nuevo y sus asuntos. Sinesio habla y sabe que ha encontrado unos nuevos amigos de su edad, por lo que se pone muy contento, olvidando las penas pasadas horas antes.
Terminada la comida es costumbre retirarse una hora a sestear, que Sinesio se ve obligado a pasarla con el monje sirviente para enterarse de sus nuevas obligaciones
. Mosaico romano |
CAPITULO 4 SINESIO EN EL LABORATORIO DE HIERBAS Sinesio, por la mañana, se levanta con todo el mundo al toque del gong, que señala el inicio de la jornada, nada más levantarse, todos acuden a hacer su aseo, y se lavan, después bajan a desayunar y acuden al servicio religioso. Terminado, todos los alumnos se dirigen al curso que les corresponde, los nuevos hoy irán al laboratorio de hierbas, para aprender la profesión. Un monje mayor, de unos cincuenta años, se encarga de cuidar y mantener el laboratorio, en el que trabajan unos veinte monjes jóvenes a sus órdenes. Nada más entrar, el grupo de doce acólitos en el que va Sinesio, se levanta y dice:
Buenos días muchachos, estaréis como aprendices durante un año, y trabajaréis conmigo hasta que aprendáis el arte de la alquimia de los vegetales.
La preparación de las medicinas y remedios, cuya fama se extiende por todo el Orbe conocido, es la actividad más importante del Templo, y la distribución se hace a través de las boticas que hay en todo el Imperio. Ayudamos a los enfermos y los curamos de toda dolencia, les suprimimos el dolor, y muchas otras cosas que os iré enseñando, y vosotros las fabricaréis conmigo para bien de todos».
El laboratorio de hierbas es un edificio enorme, muy ventilado y está lleno de aparatos que son admirados por los chicos que acaban de llegar. El monje dice: «Veo que tenéis mucha curiosidad por todo, así que antes de que empecéis los trabajos, creo que querréis ver todo lo que hay aquí, ¿os parece?».
Asombrados por la afabilidad del viejo, que parecía muy simpático, todos contestan «Sí queremos verlo, parece todo muy interesante».
El monje hace una seña y pronto se acerca otro monje muy gordo, al que dice: «Tomás, enséñales como es este laboratorio para que vean los trabajos, como se van haciendo, y también como se almacenan las medicinas».
El monje llamado Tomás dice:
«Venid conmigo, y nada toquéis sin permiso, no os hagáis daño, pues algunas sustancias son venenosas y otras se estropearían si las tocaseis». Diciendo esto les lleva a un sótano que no recibía la luz del sol directamente, sino por tragaluces. Se nota un viento, no muy fuerte que soplaba de continuo, allí dice: <<Como veis, aquí no pega el sol, ni hay mucha luz, y sopla el aire, esto es un secadero de plantas, en estas mesas se extienden las hojas, las ramas, los pétalos de las flores, o los frutos que nos interesa secar para hacer preparado. Veis esta mesa, las flores que hay aquí son de manzanilla, y una vez secas se guardan en bolsitas o en frascos para después hacer infusiones. Cada mesa tiene un tipo de plantas para que no se mezclen unas con otras, ahora podéis mirarlas cuanto queráis, excepto las del fondo, que os harían llorar los ojos por sus vapores».
Satisfecha la curiosidad de todos, pasan a otra sala enorme, llena de botellones. con líquidos y plantas, se mete el vegetal machacado en una botella, y luego se le echa el líquido encima, cuando ha pasado un tiempo, que puede ser desde un día, hasta algunos años, se saca el líquido, que le ha quitado la medicina a la planta, se obtiene una medicina adecuada
«bien bebiéndolo o bien destilándola». Sinesio, que era muy listo pregunta «Oiga, ¿cómo se llama a esto que están haciendo y nos están explicando?».
El monje dice: <<
A esto le llamamos "maceración" es un sistema muy antiguo y muy bueno, que lo aprendimos de los griegos, y estos de los egipcios, desconociéndose quien lo inventó». El monje les explica que en los estantes más apartados se preparaba un licor para el Emperador, a base de hierbas y espíritu de vino (alcohol), que su fabricación llevaba más de doce años de trabajo.
En otros estantes están plantas y frutos que deben macerar durante un año para extraer su contenido, y los próximos a la puerta, los que se preparan en una semana y que hay que vigilar con frecuencia para evitar que se pasen.
La tercera sala del sótano era un almacén lleno de frascos de porcelana y de vidrio para las hierbas secas y las medicinas terminadas, que luego se llevaban a las boticas para que las vendiesen.
Después van a ver los laboratorios, que tienen los hornos y destiladores en los que se trabaja en el Monas-terio, y que requieren la atención del personal para mantener el fuego. Esta sección es la que más les gusta a los muchachos, que ven hervir los recipientes con gran interés y curiosidad.
Manuscrito iluminado |
El buen Sinesio lleva ya seis meses trabajando y estudiando en el laboratorio, cada día sus profesores le enseñan las plantas y lo que se tiene que hacer con ellas para extraer sus medicamentos, y luego más tarde le llevan a trabajar para enseñarle a fabricarlos.
Sinesio es muy aplicado, ya conoce como son las plantas y para qué sirven, de modo que pocas explicaciones necesitan para hacer las cosas bien, sus profesores están muy contentos y les gusta que sea así.
Los amigos de Sinesio también lo pasan muy bien trabajando, sus conocimientos tampoco se quedarán atrás, así que un día les dicen que se irán de excursión toda una semana para recoger hierbas. El grupo se pone muy contento pensando en lo que van a divertirse en los Apeninos, y lo que podrán jugar.
A! día siguiente, con sus ropas y útiles preparados, los monjes les hacen montar en unos hermosos caballos, que les harán compañía durante toda la excursión.
El caballo de Sinesio es muy juguetón, y no le gusta que lo monte un jinete tan inexperto, muy pronto se para de golpe y Sinesio se cae ante la risa de sus compañeros. Cada vez que el muchacho intenta montar, el caballo se aparta impidiéndole todos los intentos de subir de nuevo. Hasta que el jefe de la expedición no le agarró, no permitió que lo montase de nuevo Sinesio.
Poco después sale la comitiva, divertidos ante este gracioso incidente, recorren la calzada romana, rodeados de abedules y chopos que susurran con el viento, otorgándoles benévolas sombras, a lo largo de la Vía Latina, camino que discurre junto al Tiber en las proximidades de Roma. Cabalgan dos días hasta llegar a la ciudad de Perugia, en el corazón de los Apeninos (montes que recorren Italia de norte a sur). En otro monasterio de la comunidad ubicado en esta ciudad hacen noche, después de una estupenda cena, muy fatigados por el largo viaje.
Nada más llegar, los caballos y mulos de carga ayudan a los monjes para que les quiten los pesos y facilitan a los jinetes la bajada, están muy cansados y piensan comerse el forraje que les espera en la cuadra, mezclado con los cereales que
forman parte de su alimentación. Ya libres de su carga, los caballos son llevados a beber al abrevadero, donde sacian la espantosa sed que sufrían después de tan largo viaje.
Al amanecer se levantan acudiendo al servicio religioso y a desayunar, mientras tanto unos monjes ensillan los caballos, que no son los que trajeron. Sinesio recela de ellos, y estos se dan cuenta, impidiéndole subir, separándose cada vez que lo intenta, su caballo relincha y se pone a caminar, manteniendo la distancia que le separa del muchacho, que acaba corriendo desesperadamente tratando de alcanzarlo. A una orden de uno de los cuidadores, el caballo se deja montar por fin, y Sinesio suspira por bajarse, considera el medio de transporte como muy incómodo y siente las agujetas de los dos días anteriores.
Pronto llegan a las cumbres próximas a Perusa, y comienzan a recoger las plantas que se necesitarán en el laboratorio, la cosecha es sustanciosa y se va almacenando en las alforjas (bolsas para las caballerías) que las mulas llevan por la noche conducidas por algunos monjes, retornando al monasterio. Sinesio y sus compañeros pernoctan en tiendas de campaña preparadas al efecto, para aprovechar mejor el tiempo y recoger las plantas de cosecha nocturna.
La experiencia de muchos siglos de los monjes les permite saber a qué horas deben recogerse las plantas, cuáles de día, cuáles de noche, para lo cual las han clasificado en "influencias planetarias" y se valen de las "tablas astrológicas" que determinan cuando tienen mayor concentración del producto específico que las hace valiosas para su empleo en medicina.
La hora del amanecer es muy bonita, y el sol toma unos colores malváceas y anaranjados antes de verse por completo en un paisaje de incomparable belleza; los picos toman colores muy bellos y cambian sombras hasta que el disco solar sonríe completamente redondo.
Los muchachos cantan y las montañas les devuelven los ecos. Pasan los días muy pronto y se inicia el regreso, felices por lo bien que lo han pasado en el monte.
Estatua ecuestre romana |
CAPITULO 6 LAS PRUEBAS DE FUEGO
El viaje de vuelta de Sinesio fue muy entretenido, los muchachos se divirtieron mucho cantando y contándose historietas.
Una vez en el monasterio, los monjes descargaron las hierbas que tenía la caravana de mulas y caballos y las llevaron al secadero, para que no se estropeasen.
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Al día siguiente empezaron los trabajos y el anuncio de los exámenes para la semana siguiente, que a todos de sorpresa. Aquellos que aprobasen tendrán la categoría de auxiliares de laboratorio, y tendrían a su servicio a los monjes servidores, que hacen los trabajos más penosos, los que no aprobasen serían devueltos a su familia, sin gloria, o entrarían al servicio de la comunidad, sin posibilidades de hacer trabajos de categoría, según les pareciese.
Sinesio y cinco muchachos mas han superado con éxito los exámenes, y les ofrecen la posibilidad de continuar estudiando, o mantener la categoría adquirida y trabajar en la rama que ya conocían.
Cuatro muchachos escogen el trabajo del laboratorio de las plantas por que les gusta mucho, Sinesio y el muchacho restante llamado Rufino deciden continuar los estudios en la rama más difícil de la Alquimia, la alquimia de los minerales, que llaman "Espagírica mineral".
Los sacerdotes les acompañan a otro edificio, y les llevan a una cámara situada junto a la entrada, cerrada con un velo negro, en la que son recibidos por el Gran Maestro de la comunidad. En el interior, dos cirios encendidos iluminan el bello rostro de la estatuilla de Isis, Señora de la noche, Diosa de los antiguos misterios, imagen de la luna misteriosa, bendecida en ese santo lugar, símbolo de la materia secreta de la Gran Obra.
Dos filas de bancos enfocan al frente, como en las iglesias, un atrio sostiene los libros del culto y al fondo una puerta de hierro con la cerradura de oro completa la estancia. La luz penetra por translúcidas ventanas con cristales de yeso, que no permiten que se vea el interior desde fuera, y que dotan al templo de un aire misterioso y acogedor.
El sacerdote les dirige la palabra, diciendo:
«Sinesio y Rufino, os habéis preparado muy bien en el laboratorio de hierbas, y habéis alcanzado unos conocimientos muy completos para practicar el Arte de la Alquimia, he seguido con interés vuestros estudios, como habéis decidido aprender los secretos de la naturaleza, sabed que los más grandes se encuentran en los minerales, que Zeus se digna conceder su conocimiento a quien le place, y si os considerase dignos, os permitirá alcanzarlos.
A partir de ahora, deberéis prestar juramento, o no podréis recibir ese tesoro tan secreto,
ni someteros a la prueba del "Bautismo de fuego auténtico", que también llamamos bautismo de Meté. Ahora jurad conmigo: ''Juro por Zeus y por todos los dioses que ningún secreto saldrá de mis labios, que aún bajo tortura y tormento, aunque mi vida peligre, nada saldrá de mis labios, que los secretos que Zeus me revele irán conmigo a la tumba"».
Sinesio y Rufino juran simultáneamente guardar el secreto, junto al Sacerdote, bajo la estatua de Isis, la benefactora.
El sacerdote les abre la puerta de hierro y les indica: «Seguidme,
pasaréis al alojamiento, que no será definitivo hasta que superéis la pruebas del fuego. Ahora podéis descansad, hasta que os llamen».
Unas horas después les dan el recado de que les esperan para pasar la prueba de suficiencia, requisito indispensable para estudiar el arte de la Alquimia auténtica, les conducen a cada uno a una cámara en la que hay un horno, con un botellón relleno de sustancias hasta su tercera parte, transparente y de gordo cristal para cada uno de ellos.
Símbolo del fuego |
Sinesio y Rufino recogen su frasco, y van a escuchar al Gran Maestro, que desea dirigirles la palabra.
El Sacerdote les dice: «
Oh hijos míos, recordad mis palabras, que sin duda os serán necesarias para superar con éxito esta prueba. Zeus e Isis no permitirán que la superen personas cuya naturaleza moral no sea estrictamente espiritual, sabed que el indigno, aunque conozca la fórmula no conseguirá el éxito, y recordad el juramento que habéis hecho en el caso de no superar la prueba, pues volveríais a otro laboratorio. Deberéis encender el horno, recordad que debéis aumentar el fuego poco a poco, y rezarle a Zeus para que os recompense con una buena "cosecha" en el vaso del "Microcosmos" que os hemos preparado para vosotros. Si no rezaseis, no habría cosecha, pues vosotros seréis la parte viva de la fórmula. Si os sentís inquietos o incapaces podréis realizar la prueba otro día, y ahora, si os sentís dispuestos, adelante».
Sinesio y Rufino se dirigen a los recintos que les habían designado, y encienden sus hornillos, de baño de crema, sobre el que depositan el misterioso frasco que habían llamado como "Microcosmos".
Ante Sinesio, la materia, al sentir el calor del fuego empieza a reaccionar, un rocío se forma en el interior del frasco, que poco a poco se transforma en una lluvia a modo de goteo, la tierra de fondo se empapa y poco a poco un maravilloso espectáculo alegra el Corazón de Sinesio, ante sus maravillados ojos aparece un paisaje, con sus árboles, plantas y hasta pájaros de una blanca sustancia, su corazón no cesa de dar gracias a Zeus, dios de los dioses, por permitirle contemplar este misterio, que tan pocos pudieron ver. Al terminar la reacción, Sinesio apaga el horno, y recoge la materia blanca, que los alquimistas denominan Azoth, extrayéndola del recipiente que ya ha abierto, con útiles adecuados.
Rufino no consigue una cosecha tan abundante como Sinesio, y ambos reciben la bendición del-Sacerdote, que les comunica que ya pertenecen a la gran familia de los Filósofos por el fuego, aunque no lo sepan todavía.
Sinesio y Rufino están muy satisfechos del éxito alcanzado y ambos comentan su experiencia, Rufino le dice a Sinesio:
«desde que he encendido el horno, sentía como si hubiese alguien más conmigo, y notaba como la mano de Zeus me acompañaba en cada paso, al que no cesé de rezar muy agradecido por el favor que me otorgaba en este menester>,.
Sinesio dice
<<Yo también he notado como una fuerza espiritual hada fecundas mis oraciones, es como una persona que está a tu lado y no la ves, pero que notas su presencia, a la que apoyas con cariño y te apoya a su vez».
Otro monje jovencito les dice
<<muchachos, tenéis razón, hay eso y mucho más, y también pasé por el bautismo de fuego el año pasado, pronto veréis muchas más cosas que os maravillarán, cuando trabajéis en los arcanos de la Gran Obra, procedimiento por el que se obtiene la Piedra Filosofal).
Sinesio y Rufino están muy intrigados por las palabras del monje, y se atreven a preguntarle:
<<No sabemos que es la Piedra Filosofal».
El monje les replica:
«Como habéis superado con gran éxito, por cieno, las pruebas de fuego, la piedra empieza por esa sustancia blanca inmaculada que habéis obtenido, que es el Azoth, y allí está en su estado más joven, cuando "madura" tiene otro aspecto, y es la Piedra filosofal, pero eso ya lo aprenderéis».
CAPITULO 8 EL LABORATORIO Y LA CUEVA
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Sinesio y Rufino se levantan con todos a primera hora de la mañana, como es costumbre acuden al servicio religioso y al laboratorio de minerales donde trabajan la élite de los monjes del monasterio.
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Numerosos hornos, algunos de ellos con destilador llenan la habitación principal, muy ventilada, en los que se afanan numerosos servidores vigilando el fuego y controlando las temperaturas, algunos hornos llevan ya varios siglos encendidos sin apagarse jamás, al servicio de la Comunidad.
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El monje joven que estuvo con ellos el día anterior les dice: <Muchachos, hoy veremos los sitios más interesantes del laboratorio, así que venid conmigo».
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Sinesio y Rufino están encantados con el cambio, el laboratorio tiene mucha más actividad y se dan cuenta de la enorme categoría personal de los integrantes del mismo, los dioses no favorecen a todo el mundo por igual, y aquí la plantilla es extraordinariamente buena.
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En primer lugar, el monje les lleva a una cueva, a la que se accede desde el laboratorio, está llena de estalactitas por todos sitios, y por ella corre un vientecillo muy fresco que no se sabe de dónde proviene, las antorchas chispean, las estalactitas les devuelven miles de reflejos de todos los colores, la iluminación es misteriosa, los ecos de las pisadas resuenan, produciendo un murmullo ronco que de alguna manera les eriza los pelos de la espalda, amenizado por el seco restallar de las gotas contra el suelo.
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Poco más adelante la cueva se ensancha, anaqueles y estantes contienen recipientes con muchas sustancias, unos abiertos, otros con tapa, depositan las antorchas en unas piezas de piedra, que a modo de cuencos las sostienen, iluminando la escena con fantasmagóricos parpadeos y falaces relámpagos al restallar la resina.
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Rufino observa unos huevos duros, sin yema, con unos polvos rojizos en el hueco, y pregunta muy curioso «¿Qué es esto?. El monje, muy divertido por la curiosidad manifiesta del joven, dice: «Son polvos de antimonio, que se han extraído destilando con vinagre a partir del vidrio de antimonio, y ahora se han puesto en los
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huevos para fabricar un licor para curar las heridas de los gladiadores, cuando vengáis dentro de unos días vaciaremos en los frascos el líquido rojo obtenido en los huevos y les pondremos la etiqueta de "licor vulnerario". Con ese líquido se evitan las infecciones, y cicatrizan las heridas mucho mejor».
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Sinesio observa botellas llenas de líquido verde y pregunta: «¿Estos líquidos son extractos vegetales?». El monje le dice <<no, son compuestos de cobre, que les da el color verdoso tan característico, se utilizan para envenenar insectos, mezclado con miel en algunas cosas de la comunidad, también para curar casos de hongos en la piel, pero este compuesto es muy venenoso y hay que tomar precauciones».
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Rufino y Sinesio están asombrados ante la cantidad de productos y compuestos que se pueden preparar con los minerales, no se imaginaban la gran variedad de secretos que encierra el arte de la alquimia o espagírica mineral, pensaban que los vegetales contenían casi todos los secretos de la Naturaleza, y poco a poco se dan cuenta de su error. El monje se percata del asombro de los muchachos y decide terminar la visita al recinto, dejando otras estancias, tan maravillosas como la descrita para verlas más adelante, recogen las antorchas y vuelven al laboratorio, para acudir al refectorio con todos sus nuevos compañeros, y saciar el apetito.
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En el laboratorio, el calor de los hornos es inmenso, todos sudan, un horno llama poderosamente la atención de Sinesio, un botellón similar al empleado para la prueba de fuego asoma el cuello por encima del horno, un color ladrillo adherido a sus paredes le llama poderosamente la atención, y decide hacerle la consulta al monje que les acompaña: «Señor, ¿qué este potingue puesto al fuego, que tiñe el cristal con ese color?».
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El monje, sonriendo le dice, «este frasco es de Piedra Filosofal, que hoy mismo está¡ terminando de obtenerse, esta tarde recogeremos la Medicina Universal, el mayor secreto de la Naturaleza que vais a tener que aprender en estos meses, y es el fundamento de la Institución, por ella se ha hecho la Comunidad, y ha alcanzado la forma que se merece, con las curaciones de enfermos cuya vida negaban los demás médicos, al no poder curarlos».
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CAPITULO 9 MENAS Y MINAS
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Sinesio está muy contento con lo que ha visto por la mañana, por la tarde empieza a trabajar con sus compañeros, en la fabricación de medicinas con minerales. Las piedras las separan de un almacén, en el que se han agrupado los distintos minerales metálicos según sus especies: arsénico, cadmio, estibina, blenda, galena, cinabrio, colcótar, oricalco, rejalgar, oropimente, calamina, tucía y tantos otros.
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El Emperador ha encargado unas esferas rellenas de mercurio, y han encomendado a Sinesio que triturase las piedras de cinabrio en un mortero de mármol, con un almirez de vidrio, el rojo polvo se almacena en unos botellones. Cuando el monje considera suficiente la cantidad preparada llama a Rufino y Sinesio, haciéndoles llevar los polvos a otra sala con hornos. Unos servidores mueven unas palancas y aíslan el horno de la estancia, deslizando unas paredes de metal y madera.
El mineral de los botellones es la mena del mercurio, pues al machacarlo le han retirado todas las impurezas a mano, como hacen hoy con maquinas las industrias de la minería. El botellón de hierro se coloca en el "nido" del horno, reposando sobre arena, y se le acopla encima una pieza de cristal, parecida a una campana de un buzo, la campana tiene un brazo acoplado. Sobre este brazo, con una pieza de metal se deja caer agua, para que la enfríe. Más abajo se coloca otra botella, vacía, las uniones van cubiertas con paños empapados para que no escapen los mortales vapores del metal.
Los servidores encienden el fuego, y hacen que el chorro de agua no mengue, ante los asombrados ojos de Sinesio, el mercurio destila gota a gota, y cae en la botella. El monje les obliga a retirarse, pues sabe que los vapores del mercurio son extremadamente venenosos y producen daños muy graves en el sistema nervioso. Un poco más tarde la destilación se ha terminado, quedando un poco de residuo en la botella del mineral.
La otra botella es muy pesada porque el mercurio pesa mucho (un litro pesa trece kilos y seiscientos gramos), y requiere manejarla con cuidado para que no se rompa. El residuo de la botella primera se lo llevan porque es una fuente de oro, que siempre tienen los minerales de este metal, y se transforma en una importante fuente de ingresos para la comunidad. El resto de la tarde se la pasan destilando el mercurio pedido, resultando un aprendizaje entretenido para los muchachos.
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A la mañana siguiente se levantan muy temprano para ir con los monjes a una mina de hierro no muy lejana. En la mina trabajan muchos esclavos, la explotación se hace siguiendo la vena del mineral, adaptando el túnel al espesor de la capa, en muchos sitios se hace necesario andar a gatas, en otros hay más espacio. Los esclavos excavan alumbrados por teas, ayudados de barras, arrancando el mineral a la madre tierra, que paciente soporta los golpes de los sudorosos y afanados hombres.
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El aire lo introducen por un sistema de fuelles que mueven dos esclavos a la entrada, conduciéndolo por una especie de tubo de cueros hasta el frente de los trabajos. Cuando hay un hundimiento muy pocos sobreviven, pues no es fácil ir a buscarlos, en la mina la vida de un esclavo apenas cuenta.
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Afuera de la mina, conforme se van sacando las espuertas de mineral, unos hombres trabajan en un riachuelo, lavando el mineral, y separan la ganga de la mena, la ganga no sirve y se tira, haciéndose unas montañas que se llaman escombreras, la mena se utiliza para obtener el metal, las separaciones se hacen en el lavadero, a mano, y llevan mucho trabajo.
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Los monjes cargan en los mulos el mineral de hierro y se lo llevan, destinando una mayoría de la carga para la herrería del monasterio, que abastece de hierro a la ciudad, y el resto para la fabricación de medicinas y tinturas.
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iluminación en una mina antigua |
CAPITULO 10 SINESIO EN LA HERRERIA
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Cuando vuelven al monasterio, se encuentran con poca gente, a Sinesio le requieren para que acuda a la herrería para ayudar al monje herrero.
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La herrería es uno de los lugares más interesantes del monasterio, un aire misterioso rodea el lugar, las gentes de fuera lo evitan, creen que trasgos y demonios les pueden atacar, leyenda que fomentan en el pueblo para poder trabajar más tranquilos. Sinesio está muy intrigado por lo que puede encontrarse allí, no cree en fantasmas y no tiene miedo, como algunos compañeros suyos, la emoción le embarga al acercarse al edificio.
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Nada mas franquear el umbral le da en las narices el acre aroma de la fundición, los minerales libran sus maravillosos espíritus al ser calentados, y trabajados para obtener el útil metal, el monje encargado del taller le avista inmediatamente y le hace señas para que se acerque.
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Sinesio, obediente, se aproxima rápidamente, y le dice: «Señor, me envían para que le ayude hoy en sus quehaceres». El monje, satisfecho por la desenvoltura del joven, dice: <<Debes ser el joven Sinesio, tus profesores están contentos contigo, porque eres muy trabajador». Sinesio, muy agradecido por las amables palabras del sacerdote, contesta: «Si, me llamo Sinesio, y precisamente vengo a trabajar en lo que se me mande».
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El monje le dice: <<Mira este horno, aquí arriba un chorro de agua cae continuamente por la columna, y hace que pase aire a presión al carbón, que calienta el mineral. ¿Ves esta hacha tan grande?, cae sobre el mineral caliente y hace que salga el hierro en forma pastosa. Tu misión será levantar el hacha por el juego de poleas, e ir dejándola caer sobre la masa, y poco a poco cosecharemos la pasta, muy valiosa, del metal al rojo. Como ves, no puede desviarse de su camino al estar fija con ese tronco a modo de mango, pega siempre en el mismo sitio, así que no tengas temor. De todas formas el horno hoy está apagado, hay que terminar unas verjas para unas ventanas, que se necesitan para aislar el templo de los intrusos, así que nos pondremos manos a la obra inmediatamente».
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Sinesio admira profundamente la maña del artista.
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En un rincón el fuego crepita, avivado continuamente por un enorme fuelle que el joven mueve, soplando sobre un montón de carbón mineral, lo habían traído en las trirremes de la lejana Gallæcia (Galicia, España). Un trozo de hierro, introducido en las brasas, se pone pronto al rojo, el monje, lo toma con las tenazas, con el martillo lo golpea contra el yunque, unos pocos golpes permiten a la pieza tomar la forma, que irá al montón.
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Cuando se han terminado de hacer las piezas, el artista explica que hay que unirlas, el procedimiento no lo puede imaginar Sinesio, pues no entiende como se puede pegar el hierro, así que muy intrigado le dice al herrero: <<Maestro, es imposible pegar el metal, de modo que no entiendo para que son tantas piezas, y tan retorcidas».
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El monje se pone a sonreír, y dice «ten paciencia, verás lo que muy pocos ojos han visto en Roma, todo lo que a muchos parece imposible es fácil y normal para otros, y lo hacemos todos los días».
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El monje se pone a trabajar y poco a poco fabrica una tira plana, a base de calor y martillo.
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Poco después toma las piezas en grupos de dos y de tres y las rodea, ayudado del martillo por la cinta metálica antes fabricada, que las abraza. Minutos más tarde, la reja está terminada, y preparada para que los albañiles la reciban en la pared con mortero de cal.
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Sinesio ha disfrutado mucho con la experiencia y no ha salido de sorpresa en sorpresa, la gente del monasterio está muy bien preparada, sobre hacer las cosas bien y deprisa, y da gusto estar con ellos, pues cada día se ven cosas nuevas.
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Durante toda la semana Sinesio ayuda al monje herrero, que trabaja incansable, y le admira al por la mirífica labor que realiza.
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Athanor |
CAPITULO 11 SINESIO Y LAS MEDICINAS
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Sinesio lleva muchos meses estudiando en el laboratorio de los minerales. Ya sabe fabricar una gran cantidad de compuestos medicinales de origen mineral muy útiles en las afecciones, que muchos médicos consideran incurables, conoce de memoria toda la anatomía del cuerpo humano, desde el más pequeño huesecillo pasando por los músculos y la disposición de los órganos del cuerpo, ha estudiado y practicado la Alquimia y ya conoce a fondo la Piedra filosofal, el secreto más grande de la Naturaleza, y en teoría sabe de sus aplicaciones. También ha estudiado los 1ibros de sus contemporáneos y de los griegos, haciéndose un verdadero sabio en su época.
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Un día le llama el gran Maestro y le dice: «Sinesio, a partir de ahora eres un ya miembro de nuestra Comunidad, has alcanzado el nivel de conocimientos suficientes para ser un Maestro de la Orden y ya es hora de que inicies tu labor al servicio de la Casa, prestando servicios más útiles».
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Sinesio está muy contento, asume su nueva categoría y obligaciones con mucha ilusión, le acompañan a la sastrería, allí recibe una túnica nueva, acorde con el grado recién adquirido, y se encuentra con su compañero Rutina, que le habla de sus experiencias, muy parecidas a las suyas.
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Rutina y Sinesio deciden visitar a sus familiares y comunicarles que han decidido quedarse en la Comunidad religiosa, así que hablan con el hierofante, Gran Maestro de la Casa, y solicitan el correspondiente permiso, que les es concedido. Al amanecer salen con sus caballos ensillados y sus correspondientes equipos. Al llegar a Roma ambos amigos se despiden, acordando reunirse para regresar al monasterio unos días más tarde.
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A su paso por la calles de roma, las gentes se inclinan respetuosas. Sinesio las ignora, va a ver a su familia, a la que no ha visto desde hace muchísimo tiempo.
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Sinesio, a la puerta de su casa es retenido por uno de los esclavos de sus padres, al que le hace anunciarle. La madre de Sinesio le recibe con grandes muestras de alegría, pero su padre no puede salir, lleva en la cama mucho tiempo y temen por su vida, pues está muy grave.
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Sinesio va a visitar al enfermo y pregunta a su madre que le han recetado los médicos de la familia, después de reconocerlo. Asombrado observa que la ignorancia de los médicos acerca de la enfermedad es muy grande y que los remedios que le habían ordenado tomar no solo no le curaban sino que podrían haberle costado la vida, los ungüentos, pomadas y hierbas eran de un gran coste y arruinaban más la salud y la cartera del enfermo. Sinesio ya tiene su primer enfermo, su amado padre, y decide la curación más segura para él. <<Padre, tomad con un poco de vino tinto cuatro gotas del producto que llevo en este frasco, que es medicina soberana y remedio infalible para estas intoxicaciones». Tomando cuatro gotas por la mañana y cuatro por la tarde, el noble Cayo siente que vuelven sus fuerzas y al día siguiente se levanta, todavía débil, y desayuna junto a su esposa Patricia y su hijo.
Cayo está muy contento de verle de nuevo. Siente curiosidad por conocer con lo que le ha curado su hijo y le pregunta: <<Mi adorado hijo, siento como las fuerzas regresan a mi cuerpo, me creía camino de la tumba y pensaba en la moneda que debía entregar al barquero Caronte de Aqueronte para que llevase mi alma al otro lado del Leteo, rio del olvido junto al Infierno, me gustarla me dijeses como hacer esa mixtura que pones en el vino y que tan bien me ha ido».
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Sinesio mira a su padre, sonríe y le dice: «Como sabes muy bien, ningún filósofo dice, ni ha dicho, ni dirá cuales son las materias de esa sustancia, te bastará saber que muy pocas personas, ni siquiera el emperador, han gozado del privilegio que solo Zeus concede a quien le place, de ser curado con este aceite maravilloso. En cuanto a su composición, no te la puedo decir, ya sabes que todo lo referente a los Misterios está cubierto por el velo del silencio, y es impío no solo el hablar de ello sino el prestar, oídos a estas divulgaciones, que se castigan con la muerte».
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Sinesio y su familia pasan una agradable velada hablando de muchos temas y asuntos que no te puedo contar, pero está muy feliz.
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Caronte |
CAPITULO 12 LA FAMILIA DE SINESIO
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Sinesio vivía en la época del Emperador Teodosio, un emperador romano que ha nacido en Hispania. Cayo narra que estaba al mando de las legiones romanas, muy menguadas en esa época, con la disciplina que impone a sus tropas, a las que obliga a entrenar y a vencer el miedo a los gritos de los bárbaros. Cayo es uno de los lugartenientes de Teodosio al que admira por su sabiduría y teme por su crueldad. El Emperador después de pelear contra los godos, les vence y se hace amigo del rey Antártico de los visigodos, con el que hará un pacto.
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Cayo, el Emperador y Antárico hacen un viaje a Constantinopla, que disfrutaron mucho, en especial el rey godo, que admiraba las maravillas de la Ciudad Imperial.
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Sinesio escucha muy complacido las historias de su padre, le agrada oír como se las ingenia Teodosio para que los bárbaros godos se aliasen con Roma para custodiar los pasos del Danubio, asentándose en las riberas del rio. Los hunos y los godos serán los destructores del imperio al que sirven en sus filas más de cuarenta mil soldados.
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Teodosio convierte al Imperio en mitad romano y mitad bárbaro, como único medio para conservarlo íntegro y en paz con sus vecinos los bárbaros.
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Cayo cuenta como Máximo se quedó con medio Imperio Romano. Ese Máximo era un soldado de fortuna, muy ambicioso y se hizo proclamar Emperador en Inglaterra. Teodosio había establecido la sede del Imperio en Constantinopla, en vez de en Roma, y había dejado como jefe del Imperio de Occidente a Valentiniano II, casado con su hermana Galla.
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Máximo derrota a Valentiniano y Teodosio le derrota a su vez en la Panonia y le hace cortar la cabeza. Valentiniano vuelve a gobernar Roma, pero es secuestrado en su propio palacio por un franco que le llamaban Argobasto. Valentiniano muere asfixiado en su propio lecho por orden del franco. Cuando Teodosio se entera del asunto le hace la guerra al franco, que se suicida para no caer en manos del Emperador.
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Cayo cuenta los detalles de la batalla en la que cayó enfermo, posiblemente envenenado por algún traidor, y que no le había permitido levantarse hasta la fecha. Sinesio está muy contento de verlo restablecerse tan bien y le dice: <<Padre, no deberlas fatigarte contándonos una historia tan interesante, pues aun estas muy débil».
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Dirigiéndose a su madre le dice: «Os entrego este frasquito del que deberéis dar a Cayo, mi padre, cuatro gotas todos los días durante una semana, y veréis que bien se queda. Para las gotas cuidad de no usar ningún instrumento de metal, solo cerámica, vidrio o madera, la Piedra es muy agresiva con los metales y reacciona con ellos».
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Su padre dice: <<Acepto vuestro consejo, hijo, pero después de comer continuaremos nuestra charla».
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Sinesio les pregunta cómo les ha ido durante los muchos años desde que abandonó su casa. Patricia le dice: «Sinesio, hijo mío, al año de tu partida nació tu hermano Primo, que se ha alistado en las legiones de Roma y está al servicio del emperador Teodosio. Tú no le conoces, pero se ha hecho un hombre, con muchas pretendientes a su mano. Con la ayuda de los dioses pronto obtendrá un cargo de provecho en la corte del Emperador, sirviendo al Imperio con valor y lealtad».
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Sinesio le dice a su padre Cayo: <<Padre, me alegran mucho las palabras de mi madre. Me resulta agradable oír que haya sabido enfocar tan bien su carrera, y que estés orgulloso de él, por su valentía y hazañas, que estoy seguro no serán inferiores a las que has hecho en tu larga vida».
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Cayo muy contento le dice: «También tienes una hermana, que el próximo año va a celebrar sus esponsales, casándose con un noble muy agradable de la ciudad de Perugia, espero que puedas celebrar con nosotros la fiesta, pues tu presencia es un motivo de alegría para nosotros».
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Sinesio se alegra mucho ante la noticia y pasa un día maravilloso en compañía de su familia.
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Theodosio el Grande |
CAPITULO 13 LA HISTORIA DE RUFINO
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Sinesio se levanta muy de mañana para salir al encuentro de Rufino y volver al monasterio. Se reúnen en el punto en que habían acordado al despedirse, siendo ambos muy puntuales.
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Sinesio le cuenta a Rufino lo bien que lo ha pasado junto a su familia, y le cuenta que al año siguiente es la boda de su hermana, a la que querría asistir, si le fuese posible.
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Rufino está muy contento de ver a su amigo de nuevo, y le dice que es muy afortunado de ver a su familia con vida. Sinesio se extraña de lo que le está diciendo su amigo, así que dice: <<Rufino, me tienes en ascuas, cuéntame que ha ocurrido para que me digas semejantes cosas».
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Rufino le dice: <<Pon el oído y escucha lo que te voy a decir, pues merece la pena que no te pierdas una sola palabra, y verás si tengo o no razón en lo que he dicho hace un momento».
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Sinesio le dice: <<Mira, comeremos a la sombra de esos tilos junto al río, y mientras tanto me narras esa extraordinaria historia, que presiento me vas a contar».
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Ambos se sientan y comienzan a ingerir las vituallas que les habían preparado en sus casas, poco después Rufino empieza a contar: <<Mis padres, en un viaje de negocios salieron de casa, y se presentaron en la ciudad de Tesalónica, llevaban una caravana con mercancías, y las vendieron todas. Mientras estaban en la ciudad, el pueblo se levantó en armas, y asesinaron al comandante en jefe de la guarnición, y temían por sus vidas, previniendo las represalias del feroz Teodosio, así que tomaron lo que hablan ganado, y salieron de la ciudad ese mismo día, acampando en unas colinas cercanas. Unas columnas de legionarias se acercaron a la ciudad con las armas preparadas, y la asaltaron, alanceando a la aterrorizada multitud. No perdonaron a nadie, ni hombres, ni mujeres, ni niños, que huían ante la crueldad y salvajismo de los soldados, que cumplan las órdenes del emperador Teodosio. La carnicería era espantosa y hasta ellos llegaban los clamores del pueblo asesinado tan cruelmente.
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Recogieron sus cosas y marcharon a toda velocidad a su casa, asustados ante los hechos, y muy contentos de haber escapado de tan grande siniestro, sin perder ni vida ni hacienda».
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Así contaba Rufino las aventuras de sus padres en su siesta a su simpático compañero. Sinesio le dice: «Me asombra la crueldad de nuestro emperador, así como la sabiduría que ha sabido demostrar en sus campañas, me ha llegado la noticia de que después de ese acto tan salvaje, ha hecho pública penitencia ante un monje cristiano, de nombre Ambrosio, que ha tenido el valor de llevarle una carta en la que decía: "No me atrevería a ofrecer el sacrificio (de la Misa) si asistieseis a él. Lo que me prohibirla la sangre de un solo inocente ¿Me permitiría la de tantas víctimas?". En cuanto la leyó el emperador salió muy enfadado al vestíbulo, a conocer al sacerdote, que estaba en dicho lugar.
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El monje nada más verle, le dijo deteniéndolo: "Has imitado a David en su crimen, imítalo en su penitencia". El emperador se asombró ante el valor de Ambrosio, que condenaba los actos de su tiranía en su propia barba, y como era cristiano, le pidió la absolución. Nunca un emperador se había humillado ante un simple sacerdote, impresionado ante la magnanimidad de ese acto».
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Sinesio y Rufino continuaron su camino llegando al anochecer al monasterio, en el que se necesitaban sus servicios.
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Arco de Galerio en Tesalónica |
CAPITULO 14 EL CIERRE DEL TEMPLO
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Sinesio y Rufino, al día siguiente de su llegada, son llamados por el Gran Maestro, jefe de la comunidad religiosa, junto con los monjes más prestigiosos.
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El Gran Maestro les hace tomar asiento, en círculo alrededor suyo, y les dice: <<Hermanos, sospecho que vienen tiempos muy duros para todos nosotros, he acudido al oráculo para confirmar el cumplimiento de loas profecías mas antiguas, y escuchad su veredicto: Roma está próxima a su fin, la religión antigua será perseguida, muchos moriremos en la cruz, o decapitados, pero nadie sabrá de nuestros secretos. Ahora recopilaréis nuestros conocimientos y los pondréis por escrito, de forma que nadie pueda entenderlos si no está en el secreto, pues muchos intentarán profanar las Ciencias que nos ha legado Zeus. Cuando llegue el momento os repartiréis por el mundo y seréis los portadores vivos de la antorcha de los conocimientos de la alquimia y de la esotérica (ciencias ocultas del interior del ser humano), nadie conocerá quienes sois mientras no lo reveléis. Cuando Zeus caiga de su pedestal partiréis y guardaréis los votos del secreto en vuestro corazón. Preveo que sufriréis mucho en el cumplimiento de las obligaciones contraídas con los dioses, pero no desfallezcáis, el destino no será tan cruel, y viviréis muchos años más que el resto de los mortales, sin enfermar, ni sentir el peso de la vejez hasta el término de vuestras vidas, con la ayuda del Elixir (piedra filosofal) que llevaréis en los frascos que hemos preparado al efecto. Vosotros fabricaréis el resto necesario una vez os afinquéis en aquellos lugares que consideréis oportunos, que necesariamente deberán ser retirados para que no os molesten en los trabajos de la obra, y próximos a una ciudad, para que dispongáis de los servicios de protección y abastecimiento necesarios en una edad oscura, llena de bandidos».
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Así fue la reunión, de la que todos salieron muy preocupados ante el cariz que parecía preverse de los acontecimientos, con un emperador cristiano, contrario a las creencias tradicionales de Roma, con un carácter temerario, capaz de cortar el cuello a todo el que le llevase la contraria.
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Unos meses más tarde, numerosos volúmenes recopilan las enseñanzas legadas por los antiguos maestros griegos, egipcios y romanos, con numerosas copias manuscritas, que se llevarán a las bibliotecas más conocidas, como la de Alejandría,
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la de Roma, y algunas ciudades, así el conocimiento no se perderá si ocurren los temidos sucesos.
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Poco después de la salida de los mensajeros con los pergaminos, que eran los libros en esa época, y algunos papiros, el Emperador Teodosio, en Roma, presenta al Senado, muy corrupto, la siguiente cuestión: "¿Qué dios deber adorar los romanos, a Cristo o a Júpiter?". En el senado, la causa de Júpiter la defendía el honrado y gran orador, el prefecto Simanco. La causa de Cristo la defendía Ambrosio, también excelente orador. Temiendo caer en desgracia ante el emperador, el Senado vota a Cristo, provocando la caída de los dioses antiguos del Capitolio. Pocos días después un edicto de Teodosio ordena el cierre de todos los templos no cristianos, para unificar la religión en todo el Imperio.
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Los soldados del emperador, derriban la estatua de Zeus (Júpiter), adornada de una corona de rayos de oro, pero los soldados arrancaban los rayos, y los guardaban, diciendo que con esos rayos deseaban ser heridos.
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En el monasterio, los monjes principales, vista la señal desaparecieron rápidamente, en cumplimiento de las obligaciones señaladas por el anciano Gran Maestro, para salvaguardar los últimos vestigios de los conocimientos más secretos guardados por los monjes.
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Acueducto romano en Perugia (antigua Perusa) |
CAPITULO 15 LAS AVENTURAS DE SINESIO
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Sinesio, como sus compañeros se viste a la usanza de la época, colgando los hábitos del monasterio por un traje de túnica, como los usados por los comerciantes, al objeto de pasar desapercibido entre las gentes y no como un sacerdote de alta alcurnia de una religión perseguida y proscrita, que pronto tendría muchos mártires; La de las Misterios del Imperio.
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Con un hermoso caballo, y con las pertenencias asignadas se dirige a casa de sus padres, para despedirse de su familia, sabe que no volverá a Roma en muchos años, y no quiere irse sin volverles a ver.
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Sus padres se entristecen ante la noticia de su partida, y le proveen de una gran cantidad de monedas de oro, metidas en un cinturón, que coloca debajo de su túnica, del que no se separará hasta establecerse en un lugar más propicio para sus necesidades.
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Se embarca en una libúrnica, embarcación que usaban los mercaderes, en el puerto de Ostia, muy próximo a la Capital, como equipaje lleva unas cuantas balas con mercancías que le ha dado su familia para que hiciese comercio en el lugar al que vaya. El Tirreno es un mar muy tranquilo, y pronto el viento les permite acercarse a Sicilia con gran rapidez atravesando el estrecho de Mesina, ciudad en la que se detienen, y repostan agua y vituallas. Sinesio aprovecha para ver la ciudad, que no le convence, decidiendo hacer el viaje hasta Constantinopla, al día siguiente salen con buena mar, doblan el cabo Espartivento y apuran hacia el este, viento en popa, días más tarde avistan las islas griegas de Cefalonia y de Izante, pasando entre ellas hasta avistar la península de Crimea. Al llegar empiezan a costear, hasta llegar al puerto de Atenas, que se llama El Pireo. Como el barco se va a detener una semana, Sinesio decide visitar Atenas, ciudad en la que se lo pasa estupendamente, y en la que hace unas amistades, los griegos disfrutan de la vida, son alegres y sencillos, y tienen un vino que alegra que los corazones. En Atenas, Sinesio vende la púrpura (tinte) de Roma, y compra aceite, muy abundante en el país, partiendo hacia Constantinopla en la libúrnica.
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Constantinopla (hoy Estambul) es una ciudad maravillosa, junto al estrecho de Bósforo, al que controla el emperador con fortalezas y embarcaciones que impidan el paso a cualquier enemigo de roma. La ciudad deslumbra por sus riquezas y es la sede del emperador Teodosio, donde tiene su capital imperial, en vez de en Roma.
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En Constantinopla Sinesio se dedica a comerciar con las mercancías, obteniendo una considerable cantidad de dinero, que guarda cuidadosamente. Un buen día se encuentra de sopetón con su amigo Rufino, que había acudido a la ciudad en busca de fortuna, los amigos se abrazan emocionados, y se cuentan sus peripecias.
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Rufino se había embarcado hasta Atenas, también en una Libúrnica, pero como había agotado sus fondos, se fue en una caravana que atravesaba Grecia, llegando hasta Salónica, puerto en el que dejó la caravana. Allí se embarcó como tripulación en otro barco, y llegó a Constantinopla, escapándose por los malos tratos que recibió a bordo, le pegaban todos los días varias veces, le hacían trabajar mucho, y apenas le daban de comer, como si de un esclavo se tratase, así que no tuvo más remedio que tomar las de Villadiego a la primera oportunidad, abandonando casi todo su equipaje en la embarcación.
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Rufino estaba muy cansado, sin trabajo y sin dinero, con las ropas muy estropeadas. Temiendo por la salud de su amigo, Sinesio le dice: <<110 te preocupes, conservo lo que nos dieron en el Monasterio, aquí soy hombre rico, los negocios que hice han prosperado tanto que nado en la abundancia y nada nos ha de faltar, ven conmigo».
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Poco después Rufino parece otro, le han cortado el pelo a la moda imperial, está limpio, bañado y perfumado, con una hermosa túnica nueva, y con el estómago lleno después de muchos días. Está muy satisfecho por el cariz que toman las cosas, y sabe que no va pasar más penas, al menos por el momento, lo cual le satisface mucho, y le permite concentrarse en el trabajo, planeando su futuro con Sinesio.
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Libúrnica |
CAPITULO 16 SINESIO SE VA AL CAUCASO
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Sinesio y Rufino están juntos una semana, y como les va yendo muy bien con la adquisición de todo lo necesario para montar su laboratorio, deciden trabajar juntos, en algún lugar en que no alcance la mano del ahora temido Teodosio, al que los cristianos apodan como "El Grande". En el puerto se enteran de que una embarcación va con destino a Georgia, un país singular en el que sus habitantes hablan una lengua muy parecida al vascuence, y que conoce bien Rufino, y deciden embarcar sus pertenencias ese mismo día, partiendo juntos.
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El barco zarpa al día siguiente, ambos dejan una ciudad muy hermosa, y rica, con ruta a un lugar desconocido en el que tendrán que vivir, la decisión no es fácil, cuentan con la fuerza de sus espíritus, emprendedores, nostálgicos de los tiempos en que vivian mejor, sin persecuciones de aquellos a los que dedicaban su trabajo. En poco tiempo atraviesan el estrecho de Bósforo, entrando en el Mar Negro, costeando el sur de dicho mar. El barco, lentamente hace escala en los puertos de Sinope, Trebisonda y Bataún, desembarcando cerca del puerto de Sukhum en Georgia.
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Aquí el poder del emperador es lejano, y podrán trabajar sin temor a las represalias del mando político. Como tenían mucho dinero compran caballos y mulos, para cargar su equipaje, así como los víveres necesarios para vivir una temporada. Salen solos, (con algunos esclavos), no necesitan a nadie, y recorren el país, admirando las bellas montañas de la Cordillera del Caúcaso, entre ellas el Elbruz (5.633 m).
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Deciden quedarse cerca de una montaña llamada Kasbek (5.048 m), muy cerca del paso de Darial, allí viven muchos pueblos de mineros, y pueden instalarse para ofrecer sus servicios a una población que los necesita mucho.
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Pocos meses más tarde, ambos amigos se han hecho sus casas y comienzan a instalar los hornos para destilar los vegetales y los minerales, de acuerdo con las prácticas de los espagiristas.
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En la región eran los únicos que en la época mantenían encendida la vela de estos conocimientos, cuyo origen se pierde en la historia del hombre.
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Sinesio adquiere las partidas de los minerales necesarios para su trabajo, Rufino recorre las montañas y trae las hierbas. Ese año una botica abre sus puertas, con los remedios para curar a los aldeanos y a las gentes de las ciudades más cercanas.
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La fama de los medicamentos que fabrican pronto alcanza un gran desarrollo y la fama suficientes para que los amigos puedan vivir espléndidamente, dedicados a sus trabajos, poco tiempo más tarde se echan novia y se casan, con las chicas más guapas de la región, teniendo los dos familia prontamente.
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Así transcurren los años, los hijos aprenden las artes de sus padres, y heredan los libros que estos escribieron, en los que se recopilaban todos los secretos recibidos de los antepasados, menos aquellos que se refieren a la fabricación de la Piedra Filosofal, que se enseñaban y se enseñan de viva voz, pero nunca por escrito.
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Los descendientes de estos sabios eran llamados Magos en todo el Oriente, y decían que adoraban al Sol, enseñaron a los antiguos príncipes árabes, les mostraron los manuscritos de los griegos, y les dieron una gran cultura. Varios siglos más tarde la cultura llegó a España, traída por los árabes, asentándose en Córdoba y Toledo, y después se distribuyó a Europa por los escritos de los alquimistas españoles, que han sido los más importantes hasta la fecha, siendo, además, donde están los últimos alquimistas tradicionales vivos.
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En la actualidad no se persigue a los alquimistas porque piensen que pueden hacer oro, la alquimia está considerada por muchos como caduca y olvidada, otros piensan que es la antigua química, y hay otros que utilizan sus productos farmacéuticos, que son muy efectivos, aunque raros.
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España es un país en él que se cree aún que se elabora la Medicina Universal, ese remedio todo poderoso contra las infecciones (cáncer, SIDA, lepra, tuberculosis, etc.) y envenenamientos, aunque lo mantengan en secreto sus supuestos elaboradores.
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Zeus |